miércoles, 29 de mayo de 2013

JESÚS, LUZ Y MISERIRCORDIA


Por: Mildred López Martínez



La cultura moderna y el hombre contemporáneo en su constante crecimiento en la sociedad actual lucha ante los constantes cambios por sobrevivir y lograr un bienestar más seguro. Las personas dentro de este modernismo y esta sociedad globalizada, muchas veces, pierden el sentido de la confianza, levantan toda clase de barreras y la vida se convierte en un laberinto. Es evidente, que se necesita ante esta actitud, una guía para poder encauzar lo productivo de hombre hacia una motivación más genuina que le satisfaga todo su ser y le conduzca hacia la felicidad y tranquilidad deseada. Ante las amenazas de perder toda cordura, valores y principios dentro del concepto del amor, la bondad y caridad; su desorientación lo lleva a optar por la racionalidad o a una búsqueda interna y profunda que juega con su destino, en algunas ocasiones. Su sentido de perseverar, de existir, se confunde y le hace perder su ruta correcta hacia dónde dirigirse. En este caso, el hombre pierde bondad, espiritualidad. Siembra y no cosecha. No comprende el por qué de muchas cosas básicas en la vida, es decir, del respeto a la vida misma y de los demás. Se convierte en un hombre ciego que no es capaz de ser generoso, ni de seguir lo que su corazón le dicta.


Ante esta miseria, cualquiera que se le acerca podría llenar sus expectativas; como también llevarlo a confusiones o desorientaciones que aumentan sus vacíos y lo llevan al fondo del pozo. Se pregunta hasta cuándo y cómo salir adelante. Quiere alas para volar bien alto. Abre los brazos, quiere encontrar respuestas y pierde, por su impaciencia. Sus decisiones no están alimentadas en la “verdad” y justifica sus actos para sentirse bien. Su sueño crece, cada vez más, y su anhelo por conocer o encontrar “ese algo” que no sabe definir constituye el inicio de su encuentro para terminar su vacío existencial. Su locura, no es locura; sino una reacción sincera que le exige su corazón, su espíritu. Pero el hombre olvida con facilidad algo básico que, a pesar de estar cerca, su propia ceguera lo hace imposible de alcanzar. Si pudiera sosegarse por un momento, darse una oportunidad, reflexionar y olvidar que el tiempo es tiempo. Encontrarse en su interior; es el primer paso, su verdadera “casa”, la que un día vino al mundo en forma de “amor”. Vivió entre nosotros, se sacrificó y nos dejó una puerta abierta “La Puerta de la Fe y la Verdad” y nos enseñó que el amor es algo que tiene que ser aprendido poco a poco a lo largo de la vida. Es la fuerza que nos mueve y nos hace crecer. Nos libera de la soledad, es la comunicación entre Dios y el hombre. El hombre tiene que aprender a caminar, a encontrar las huellas del “Maestro” y perseverar en el arte de escuchar; pues cada vez se tiene menos tiempo para escuchar a los demás y en los demás está la fórmula del “Amor”, la entrega y el camino hacia la vida y hacia la luz. La enseñanza de aprender a perdonar y aceptar las debilidades, devolver bien por mal es el segundo paso hacia la felicidad del hombre. Al aprender a dar “amor”, damos generosidad y sinceridad; como también al ser humilde encontramos al que nos dio la vida y nos regaló el principio y el inicio para nuestra plenitud eterna en un mundo de luz, paz y amor. Aún en el nuevo milenio sigue resonando, “y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?...” He aquí Jesús….luz y misericordia.



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