miércoles, 29 de mayo de 2013

El camino hacia Dios: la felicidad que buscas…


“Todos lo que hagas en bien para los demás, es terreno fértil para la felicidad” (MLM) Por: Mildred López Martínez



La riqueza del hombre está en su relación con Dios y su espíritu encuentra el verdadero sentido en la vida, si descubre a Jesús dentro de sí mismo como enlace a esa felicidad tan anhelada. Jesús es el símbolo de la liberación y la entrada a un “Nuevo Reino”, el del “Amor”. La palabra de Dios nos purifica y sella la nueva alianza. Por medio de Jesús, tendremos un nuevo espíritu, un camino, una luz y un corazón lleno de amor.

Jesús es el símbolo de agua viva, la nueva semilla que da los frutos del alma hacia la felicidad eterna. Es importante que el hombre entienda que Jesús es la fuente que nos lleva al Padre que nos ama y que desea lo mejor para sus hijos. Por tanto, conocer al Padre es mandato en el camino del hombre y tener la presencia del Padre y el Hijo en el corazón de los creyentes.

En cierta ocasión, el discípulo Felipe estando con Jesús le preguntó por el Padre: “Señor, muéstrame al Padre y nos basta”. Jesús le respondió: “Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me has conocido, Felipe. El que me ha visto a mí ha visto al Padre” Jn (14, 8-9). “Yo y el Padre somos uno!” Jn(10,30). Entonces, afirmamos que Jesús “es el camino” y nadie va al Padre sino por él Jn(14,6); por otra parte: “Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo atrae” Jn(6,44.65).

Esta unión tan estrecha del Padre y el Hijo es la que tenemos que aprender y que sea guía en nosotros.

Es la obra que Jesús nos deja como fuente y luz; pues las palabras de Jesús son las palabras del Padre. Siendo así: “Si alguno guarda mi palabra, no gustará la muerte jamás” Jn(8,52). Todos los que creemos en el Padre y en Jesús, su Hijo somos los que permanecemos en su palabra, que es la “Verdad”. El amor de Jesús por su Padre es el ejemplo perfecto de la entrega para la salvación del mundo. El hombre conoce el mundo, lo que se encuentra en el, lo vive y cómo debe vivirlo. Conoce además, su corazón y sus necesidades, su sed, su vacío, que lo lleva a las acciones imperfectas, que mucha veces lo alejan de su verdadera misión y naturaleza en el mundo desafiante y lejos de la verdad.

Jesús, el Hijo de Dios, da su vida y la vuelve a tomar porque es el pastor que guarda y entrega su vida por sus ovejas para que éstas tengas vida en abundancia. Él mismo es la vida, la luz para no vivir en las tinieblas. El hombre tiene necesidad de esa luz; pues si queda “ciego” no podría vivir la alegría y el amor de Dios. La glorificación del Hijo es el paso de este mundo al Padre. Aquí se reafirma el gran Amor, verdad absoluta de nuestra existencia. La eternidad nos espera en la medida en que creamos en el Hijo de Dios pues “… para que todo el que crea en él tenga vida eterna…” Jn(3,14-16). El Hijo de Dios es el regalo que Dios ha dado a la humanidad.

La fecundidad del espíritu en los creyentes se garantiza en la unión de Jesús con el hombre: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” Jn(15,5b). El hombre en ese caminar hacia Dios y su búsqueda hacia la felicidad debe comprender que ésta, la llevamos dentro de nosotros, ya que es un estado del espíritu que depende más de nosotros que de los demás. Es un potencial que podemos desarrollar ya que nace y viene en nosotros. La felicidad está muy ligada a las cosas sencillas, a la paz con que realizamos nuestro diario vivir, a la comunicación y armonía con nuestro entorno. Cada acción que te satisface en una puerta abierta a tu felicidad. La felicidad conlleva alegría y reconoce el amor divino. Una persona feliz denota en su rostro luz y brillo en sus ojos. La felicidad hay que valorarla dentro del arte de vivir. Es un don maravilloso que Dios quiso para los hijos desde que creó a Adán y Eva en el Paraíso. Quién ama a Dios y ama a sus hermanos abre caminos a la felicidad. Podemos decir que la felicidad es una fórmula compuesta de tres elementos: la esperanza, el positivismo y la fe. A esto, le agregamos la sabiduría, la tolerancia y las buenas acciones; pues quién siembra bondad, recoge amor.



El fruto del hombre es la fe, la esperanza que garantiza el amor y la paz. Jesús nos espera en su barca somos sus “Nuevos Pescadores”. Nos lleva con su palabra y su luz al verdadero camino. Él no tiene prisa, su bondad infinita es el oasis para muchos. Él está ahí, en espera. Nos extiende sus brazos, sólo hay que seguirlo al oír su voz cuando nos llama y nos dice con un inmenso amor “Sígueme”.

Por Mildred López Martínez

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